25.4.10

FIRMANDO COLORES EN LEÓN

Cuando era pequeña y asistía a la escuela de mi pueblo, mis maestras tenían un lápiz grueso de dos colores. Era rojo por un lado y azul por el otro. A mí se me antojaba el colmo del poder pues era con el que corregían nuestros cuadernos y con el que ponían con B enorme el bien o con V afilada el visto y tachaban y dictaban sentencia.
Pasado el tiempo, me gustó el lápiz plano de un carpintero, al que vi trabajar en mi pueblo, porque sabía que era algo poco asequible para una niña pequeña en unos tiempos en los que ¡pasmaos! existían los alargadores para lápices. En mi casa tenía uno mi abuelo con el que, los lapicitos raquíticos que yo iba acabando, crecían para una semana o dos más de uso.
Ahora tengo más lápices y bolígrafos que tiempo para usarlos por eso, cuando dedico un libro a alguien parece que le estoy escribiendo una carta.
Es un tiempo estupendo para adivinar cosas y dar emoción al lector que espera a ver qué le estás poniendo.
Y, si son niños pequeños, siempre siembro en la dedicatoria un deseo que ellos no ven porque aún está en forma de semilla:
Que ahora y de mayor
sea siempre buen lector
y, si hay suerte y fantasía,
que sea escritor algún día.
En León con Ángela Sánchez de Pintar-Pintar.

1 comentario:

ASUNCION dijo...

¡¡¡qué bonita dedicatoria; Rosa!!! Claro que la mía es ..... poesía de altura, pero de gran altura, de esa escalera que sube y sube hasta llegar al corazón.
GRACIAS POR COMPARTIR UN DIA TAN ESPECIAL CONMIGO EN MI CIUDAD, este momento lo guardo en caja de tesoros, para cuando llegue el tiempo de los recuerdos y las memorias con arrugas en la frente y plateadas las sienes.
Un cálido abrazo de papel MULTICOLOR.