1.9.08

LA CLASE VACÍA

Hoy es uno de septiembre.
Hoy es el primer día de clase para los maestros.
Hoy es un día para los saludos, las novedades, los reencuentros y para los recuerdos de los lugares de vacaciones que hemos compartido, repetido o descubierto y de los que nos gusta siempre hablar con el primer café del curso mientras nos preguntamos por los nuestros que, después de tantos cursos juntos, son muchos.
Hoy todo es luminoso en el mundo de los compañeros y triste en el mundo de las aulas porque aún están vacías. Sólo se salva la biblioteca porque está más a mano, porque nos pilla de paso, porque hay más sitio, porque tiene mucha luz, porque hay que... Y allí empezamos a hacer los primeros intentos de curso antes de su apertura oficial.

Mientras tanto, las clases estaban vacías, cerradas las más de ellas, con ese silencio cargado de tinieblas que tiene dos meses de antigüedad, con ese olor a falta de risas. Y la CLASE DE QUINTO no iba a ser menos. Por eso subí a abrir de par en par las ventanas, a ver cómo estaban las plantas, a comprobar que habían sobrevivido a nuestra ausencia.
Y sí, habían ganado la batalla al calor pero no a la soledad. Estaban mustias de estar solas, de no escuchar canciones, de no vernos pelear con los problemas, de no escuchar los chistes mañaneros que les dan tanta vida de no tenernos cerca para vivir alegres.
Allí solo estaba yo, la maestra, armada de regadera, tomando el pulso al silencio mientras recogía las hojas secas del verano y hacía planes para plantar o cambiar de maceta.
Y entonces recordé un libro de Tahar Ben Jelloum, el magnífico autor marroquí. Recordé "La escuela vacía"que hoy os propongo leer para empezar, este uno de septiembre, a ser maestros y a nunca perder la esperanza, por muy secas que nos encontremos las plantas. La maestra.